En 1524 el pintor y arquitecto Giulio Romano (Roma, h. 1499 – Mantua, 1546), destacado discípulo de Rafael, hizo una serie de dieciséis dibujos de tema erótico, conocidos como I modi, que ilustraban las posturas amorosas que estaban en boga por ese entonces en la corte. Estas ilustraciones alcanzaron una extraordinaria difusión gracias a que el grabador Marcantonio Raimondi (¿Molinella?, h. 1480 – Bolonia, h. 1534), uno de los más grandes maestros del buril en el Renacimiento, los grabó en cobre y los puso a circular. El éxito, como era de esperarse, trajo consigo el escándalo, y el portavoz de éste fue el veronés Giovan Matteo Giberti, datario pontificio de Clemente VII, quien hizo encarcelar a Raimondi y confiscar los grabados. Y suerte semejante hubiese sufrido Giulio Romano de no haber partido para Mantua después de haber diseñado los dibujos.
Es aquí donde, en la cumbre de su carrera romana y con el favor del papa de’ Medici, entra en escena Pietro Aretino (1492-1556), poeta, dramaturgo, hagiógrafo, crítico de arte y temible libelista toscano, quien consigue del mismo papa la libertad de Raimondi. Pero no contento con esto compuso, como un acto de rebeldía contra el datario y de solidaridad con Marcantonio, una serie de dieciséis sonetos basados en estas ilustraciones. Esto ya era el colmo y el poeta tuvo que abandonar Roma huyendo de las represalias del papa.
Ahora el poeta y traductor antioqueño Cristancho Duque nos trae su versión de los Sonetos lujuriosos de Aretino, obra finalista en el I Premio de Traducción José Manuel Arango, acompañada de oportunas notas y una esclarecedora introducción en la que se repasan la vida y la obra del poeta toscano, se estudian el carácter y la historia de su obra más polémica y se revisan y juzgan sus otras traducciones al castellano, así como por una amplia iconografía de los modi y de otras obras de Giulio Romano, Marcantonio Raimondi, Tiziano, Rafael, Jean Frédéric Waldeck y Anselm Feuerbach. En una edición bilingüe de lujo, el traductor antioqueño pone en nuestras manos todo el material esencial de una obra que ha recorrido los siglos causando escozores, enfrentamientos, escándalo y admiración, en una traducción fiel, musical y fresca que trae hasta nosotros los vientos vivificantes del Renacimiento en una época de corrección política y rancio moralismo que se blanden contra nosotros en nombre de la libertad.
«Luego de que obtuve del papa Clemente la libertad de Marcantonio Bolognese, quien había sido encarcelado por haber tallado en cobre los XVI modos, etc., sentí el deseo de ver las figuras, motivo por el cual las demandas gibertinas clamaban que el buen virtuoso fuera crucificado; y viéndolas, fui tocado por el espíritu que movió a Giulio Romano a dibujarlas. Y porque los poetas y los escultores antiguos y modernos suelen escribir y esculpir alguna vez, para deleite del ingenio, cosas lascivas, como en el Palacio Chisio da fe el sátiro de mármol que intenta violar a un mancebo, me arrojé a hacer los sonetos que vienen al pie, cuya lujuriosa memoria os dedico con perdón de los hipócritas, fastidiado del juicio ladrón y de la puerca costumbre que prohíbe a los ojos aquello que más les deleita. ¿Qué mal hay en ver montar un hombre a una mujer? ¿Acaso las bestias deben ser más libres que nosotros?»
A continuación un pequeño abrebocas de esta obra infaltable en toda biblioteca:
Soneto introductorio
Éste no es un simple libro de sonetos, de capítulos, églogas, canciones; aquí Sannazaro ni Bembo no componen ni cristales líquidos ni pequeñas flores.
Aquí Barignan no tiene madrigales, pero hay vergas sin mesura y se hallan aquí el coño y el culo que las guardan, tal cual como en las cajas de bombones;
hay gentes folladoras y folladas, de coños y de vergas hay anatomías, y en los culos muchas almas perdidas;
aquí se folla en las más sucias formas que en el puente Sisto no serían creídas bajo la putañera jerarquía.
Y en fin, loco estaría quien ascos hiciera ante tales dones; y a quien no folle en culo, Dios lo perdone.
Soneto XI
—Abre las piernas, que bien quiero verte el bello culo y tu coño en la cara: culo divino que el cielo reclama, coño que el corazón destila en las renes.
Mientras que yo os admiro, me viene el antojo de besaros de improviso, y me parece ser más bello que Narciso en el espejo que a mi verga alegre tiene.
—¡Ay ribalda, ay ribaldo! ¿Por tierra y en lecho? Te estoy viendo, puta, y como te prenda te romperé dos costillas del pecho.
—Y yo me cago en ti, bubosa vieja, que por este placer pluscuamperfecto entraría en un pozo sin cubeta.
Y no se encuentra abeja de flor golosa como yo de noble verga; y sin probarla, de mirarla me chorreo.
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