En esta entrada compartimos con ustedes una muestra del libro A la sombra del Quitasol: selección de poesía bellense contemporánea, en que el poeta Jandey Marcel Solviyerte (Bello, 1974) recoge cincuenta años de poesía municipal. En esta primera muestra presentamos seis de los dieciocho poetas seleccionados en este volumen, nacidos entre 1946 y 1967.
«Como un noro que retoña en las laderas del cerro tutelar, así es la poesía escrita en el municipio, también nuestra, con sus características endémicas, y con su universalidad que crece hoy día en las obras de las voces a criterio aquí seleccionadas».
Ricardo Cuéllar (1946)
Vocación
Nuestra inconfundible vocación
Por el rito matutino de abrir los ojos
Nos ha dispuesto en un único acto:
El milagro de una mujer sabia en sus instintos
Portadora de célicas querencias
Que distingue en las labores del horizonte
El zurcido tejido de las luces de la tarde
Y celebra las fiestas del instante
Con el sacro fervor de alabar la vida.
Daniel Día (1959)
Tirar la casa por la ventana
tiramos la casa por la ventana
y sólo quedó la ventana
adentro de la noche
la puerta da vueltas por ahí con su ala de nostalgia
la cama paró patas arriba en un estanque de lodo
el colchón flota más arriba de la sombra
la cobija es un recuadro de imágenes perdidas en el sueño
y el sueño…
¡olvidamos el sueño!
sábana donde la pulcritud se arrugó con los años
la sala espera a la soledad para consumirse
¡nadie llega!
la cocina se funde en olores de hambre
los vapores vagan como fantasmas
pitan la olla presión y la tetera
claman porque el agua se acabó
no hay café en el tarrito negro
ni sal para maldecir este momento
ni azúcar para alimentar a las hormigas
¡dónde está mi libro de Oliverio!
¡lo tiraste!
ya no podré decirte lo que nunca te dije
¡qué importa!
si sólo nos queda la ventana
para mirar estas cosas que se van
y entra un rayo de sol para abrazarnos.
Fernando García Cuéncar (1961)
Lluvia en verde
Según el color del delirio,
días inconclusos se repiten
en días azules sobre hojas blancas.
Días animales
se vuelan,
con las alas húmedas
hacia la gota del cielo.
Días grises;
mi corazón de tierra
canta en el verde.
Myriam Montoya (1963)
Héroes
Surge del grito
distorsionado escorzo
cuerpo desmembrado
avatar del repetido tormento
de la palabra amordazada
y del llamado de la sangre
verdad y deseo brotan
en el horizonte
ondula una silueta
hacia nosotros avanza
¿nos reta a las armas?
¿o a la infinita senda?
Acto
busca ser la palabra
vía abierta
toma forma
de amazona
de guerrero
cabalgando sobre las barricadas
de la historia
germina en las venas
nuestra sed de memoria
anuda sus alas al tiempo.
Arnubio Roldán (1964)
Solverbia
Burlar el misterio
con un sombrero de ala ancha
Enfrentar la tormenta
con un afilado cuchillo de cocina
Masturbar al silencio hasta que brote
una sombrilla impermeable al miedo
a los obuses a la lluvia ácida a los gritos
que se suman hoy a los de Auschwitz
Infectar la internet con una gota de rocío
para volver a amar la piedra
al niño y al leopardo
Recitar en el cadalso un poema
de Vinicius de Moraes o Fayad Jamís
¿Se conmoverá el verdugo?
Morir de dicha
y regresar
Todo está aquí
recorremos de memoria
el laberinto
del cielo y del infierno.
Leoncio Cardona Pérez (1967)
Poema al hospital mental de Bello
Para Sakti
Gustavo Zuluaga
y Víctor Bustamante
Te acuerdas hermosa psiquiatra Patricia Pacheco
la tarde gris y lluviosa
cuando en tu consultorio estatal
gris y destartalado
con muebles metálicos oxidados,
llenos de hongos y de telarañas,
de tus labios húmedos y sensuales
salía la supuesta panacea universal
para los dolores de estar encarnado
en un mundo miserable y deshumanizado.
Mientras apartabas tus cabellos
de la frente linda y soñadora recetabas
la inyección de Piportril cada quince días,
con seis pepas diarias de ácido valproico
para no tener la inestabilidad romántica de Chopin,
un Akinetón después de las comidas
para evitar la epilepsia de Dostoievski
y dos pepas de la aterradora Clozapina
por las noches para no tener la angustia de Nietzsche,
dos pastas de Sinogan en la noche para no soñar como Lautréamont,
una pasta de Haloperidol para no predicar como Cioran,
y cuatro pastillas de litio para no pensar en Henry Miller.
Ah miserables psiquiatras que os hacéis
multimillonarios con la miseria del género humano;
la industria farmacéutica os da casa, carro y beca
si inundáis el mercado de fármacos
y ayudáis a que el diablo esclavice por múltiples lados
a esta generación de humanos, incautos, inexpertos
y dormidos espiritualmente.
No sabéis que el amor es la medicina soberana
por excelencia y Buda lo testificó
desde lo más hondo del Nirvana.
No sabéis que por eso Marilyn Monroe se suicidó,
pues ella tenía sed de amor y le impusimos tranquilizantes;
para la tristeza de no ser santos le recetamos psicoanálisis.
Miserables psiquiatras que os hacéis millonarios
y supuestamente dignos mientras condenáis al paciente
a la soledad eterna y las masturbaciones, dolorosas,
tristes, patéticas y desgarradoras, en un mundo frío,
sepulcral, de morgues habitadas por racionalistas
y científicos vacíos, grises y adocenados.
Por qué no ensayáis en vuestras terapias la poesía
y el maithuna tántrico, y hacéis el amor
sin derramar la semilla, mientras meditáis
en el vacío absoluto y que todo es ilusión y efímero.
Así vuestros destartalados y grises consultorios,
de estanterías metálicas llenas de óxido y hongos,
se llenarían de flores y pájaros del bosque
y la iluminación de Van Gogh inundaría
vuestros torturados corazones
por la sed de llama de amor viva.
Dejad que los muertos entierren a los muertos
y caminad con la luz de Jehová-Dios.
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